Catástrofe de una vida
Te encontré atrapado en el abismo por una princesa de sol que no iluminaba más allá de la patética sombra de tus pies. Con el tiempo fuiste logrando salir del hoyo que dicha medusa cavó para ti en el panteón de los desamores. Con el frío de tu primer fracaso encontraste en un par de amigos unas pequeñas gotas de felicidad, no las suficientes para morir de paz, pero sí para vivir en guerra.
El siniestro destino te arrastró hasta la celadora de todos tus fracasos, la ninfa que en algún momento se encargó de besar en los labios al hermano que tanto presumes. El oscuro poder de sus ojos despertó en ti lo que aquella hembra dorada durmió. Y te abrasaste a sus sueños de humo, por un momento te creíste la felicidad que en el estrecho vacío entre ella y tú se había formado. Pero te engañó…
Perdido en el misterio de una agonía que no dejaba de apuntar hacia tu corazón. Y el hermano de tus ojos llamando al interior de tu realidad te hizo volver las lágrimas que juraste no derramar por una musa, mientras que en el exterior el pánico de un reencuentro se apoderaba de la verdad. Sí, el amigo que tanto aclamaste y la traidora de tu conciencia se unían en una intriga que sólo tú podías ver.
Por teléfono, en su hogar, en cualquier lado al que en ese momento se decía tu amigo, no dejabas de incitarlo a la culpa que la maquinación de tu cerebro había convertido en un hecho.
“Que te calmes”, es lo que te dice. Él y ella no habrían de pasar más que de amigos. Y en un ya desesperado intento por no perder esa luz que tanto necesitas, le dices que le crees. Pero en el alma no existen las mentiras, y tus celos afloran a cada paso que él y ella se acomodan.
Pasaron dos días, dos semanas y hasta dos meses. El ya mal llamado amor te hiere en la sangre como una cicatriz eterna. ¿Por qué, hombrecillo? ¿Por qué no sueltas ese recuerdo de espinas que te hace tan infeliz?
“Ya está pasando”. Le dices a las almas que te cuidan sin saber que en la mano de tu corazón aún sigues sujetando su punzante nostalgia. Te niegas a dejarla, y le rezas a la nada para que ella te escuche llorar, que sepa que sufres, y así, tal vez alientes su imagen de ti para que te ame la mitad de lo que la amas tú a ella. Un momento más a su lado es todo lo que tu lúgubre corazón desea, a pesar de que ya hace casi un año que en su vida dejaste de vivir.
El poder de los celos te presiona los ojos, y crees ver la traición saludarte a cada momento. Los simios que alardean de aliados te restriegan en la cara su complot hacia tus emociones. Y dentro de tu alma maldices al mundo por dejarlos existir contigo. La sangre y las lágrimas se apoderan de tu ser, y una vez más caes arrepentido ante el hecho de morir. Te flagelas por que no puedes vivir, y necesitas de ella para saciar tu escasez de vida.
Te compadezco, hombrecillo. Por que a pesar de dos años, y varios tropiezos en la mal formada pista del amor, tu conciencia sigue aferrando una muy deformada imagen de ella, la cual empezó como una chica, y terminó como un hermoso demonio parlante.
De pronto, el alcohol ya no es suficiente para calmar tu sed de añoranzas, y el hermano que aguarda tu regreso no se cansa de mantenerte en el camino de la vida, implorándote que la olvides. Él la conoce, él ha besado sus encantos y sabe que no pierdes al sacar su espina de tu conciencia. Una y otra vez tus intentos de relegarla se vuelven amenazas contra tu existencia, y parece que el destino no te va dejar deshacerte de ella tan fácil como volverla reina de tu anhelos.
Pero hete aquí, luchando por seguir. Tratando de no pensar que te lastima el saber que ella es feliz y tú no, que ella vive por alguien y tú no, que ella ama y le corresponden y tú no, que ella dejó de pensar en ti hace mucho tiempo… y tú no.