SEIS ESTROFAS
Ayer me encontré sentado nuevamente en el oscuro vacío de la decepción, siento que esta vez no aguanto el punzar de tantos clavos enterrados en el ya tan maltratado corazón. La desolación me invade, y por primera vez un una vida, no tengo mi ángel guardián para hacerme compañía, para evitar que el dolor se consuma la poca alma que me queda, para recoger cada lágrima que deje caer a causa del poderoso destino, que me hunde y me destroza a cada minuto que trato de vivir.
La extraña sorpresa que me dejó el desencanto, me hizo creer que te fuiste sin tenerte. Sé que te quiero, pero no deseo seguir en el horrible mundo de la desesperanza, arrastrándome por las agudas penas que me siguen atravesando la memoria. ¿En donde estás amigo? Te necesito aquí para que me saques el hoyo del cual me sacaste tantas veces antes.
Hoy más que nunca te necesito, celador de mis pesadillas, combatiente incansable en el abismo de mi vida. Pero ya no más. Y ahora que no te tengo aquí para guiarme por el sendero de la agonía, el camino que seguro tomaré será el de la vida sin muerte.
Escucha mi plegaria, amargo corazón de los vientos calidos del infierno. Amigo guerrero que luchaste a mi lado, ayúdame a seguir en la batalla del espíritu. No me abandones ahora que necesito el consejo de tus golpes, esos que me hacen despertar de la muerte, que me ciega cada vez que la reina de la eternidad entra en mi pensamiento. Ayúdame a salir del encanto de esta hada silenciosa que se aparece en esos sueños tan fastuosos, donde ella se me entrega y luego yo muero en sus brazos.
Lentamente se consume el papel de mi alma, y los recuerdos arden en el corazón cual si fueran filosas notas. Sigo cantando esta canción improvisada y desesperada. Sigo extrañando el dolor de los consejos del ángel que me desvió por el rumbo de la vida. Sigo cayendo en la agonía por el suspiro de una diosa que no habrá de ser mi emblema, y por la cual sangraré y llorare, pero nunca seré capaz de morir.
Indignado y destrozado me dejaste, mujer de las seis estrofas, mordiendo el alma en una esquina en la privada del desierto. Queriéndote querer y tú sin dejar de pudrirte en tu vanidad. Quizá no fui el indicado, pero sí fui el que te detuvo para que te rieras de él, y eso ya es decir que la vida sigue únicamente para saber que no vives, sólo existes.